LA NAVIDAD
La Navidad comienza a
hacernos guiños de complicidad desde la luna de cristal de tantos escaparates,
desde los anuncios de la televisión que invaden la intimidad de nuestros
hogares, desde las guirnaldas de colores que cruzan calles y plazas, desde los
primeros villancicos que, desde los espumosos que llenan de burbujas nuestras
intenciones y al que un marketing bien estudiado pone rostro de famosos, desde
los juguetes que ya interpretan su particular sinfonía, atrayendo las miradas
infantiles y, a través de los christmas que se convierten en heraldos gozosos
de la buena nueva, pidiendo y deseando paz, la misma por la que abogo, desde
esta ventanita de papel.
La Navidad constituye todo un
acontecimiento que no despierta precisamente indiferencia, por mucho que, desde
algunos sectores de la sociedad la Navidad tenga mala prensa. Será, a buen
seguro, entre aquellas almas que no saben amar, entre aquellos que no conocen
el verdadero espíritu de la Navidad y se quedan en una Navidad hueca,
prefabricada, absurda, mercantilista, sin otro sentido que el del consumo y el
del jolgorio. Son aquellos que desconocen el origen divino de la Navidad: Dios
hecho hombre, que se nos presenta como un niño, marcando con su venida un antes
y un después en la vida de los hombres.
Reivindico todas las tradiciones y
costumbres que hunden su raíz en la Navidad. Afortunadamente, no todo está
perdido. ¡Bendito sea! La progresión del Belén frente al abeto, nuestros
villancicos alejados de otras músicas y otras letras, la misa del gallo que
vuelve a llenar los templos. Son muchos los ejemplos que nos indican que,
gracias a Dios, no se pierden las buenas costumbres.
Domingo Luna
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